Esto lo escribí allá por diciembre de 2007. Acababa de asumir Cristina Kirchner, y Hugo Moyano dijo en un acto que si el nuevo gobierno no respetaba a sus trabajadores, él se pondría "en la vereda de enfrente". No se porqué pero me imaginé una situación tan rara y escribí este cuento. Fue la única vez que hice algo de ficción.

El líder gremial estaba en pleno acto con los trabajadores cuando la bomba estalló. El Negro no podía creer que sus peores pesadillas se volvieran realidad. El fogonazo duró unos segundos pero el humo se mantuvo mucho más, haciendo imposible ver que había pasado. Cuando las puertas del estadio se abrieron, y la gente empezó a correr hacia la calle, el sindicalista se sorprendió con la escena dantesca. Cuerpos por todos lados, gente gritando, un río de sangre que cubría el parqué del piso. Al rato llegaron los bomberos y la policía. Ningún medio puedo entrar, ni siquiera ese diario que está “firme junto al pueblo” ni el canal de cable que hace “Periodismo Independiente”. El público jamás supo las consecuencias de ese atentado ni quienes fueron los autores. Nunca se dio un número exacto de víctimas, y los muertos fueron enterrados varios días después en el marco de una privacidad absoluta.

Recogiendo los datos de varios presentes en el acto, de forenses, bomberos, médicos de guardia y policías, algunos periodistas se animaron a hablar de 250 fallecidos. Los heridos más de 1000. La peor tragedia de la historia nacional. Incluso peor que Cromañon. Ese día la nueva presidenta empezaba su gobierno en los hechos. Era la primera mujer electa para llevar adelante los destinos del país. (Una vez, hacía más de 30 años, otra mujer había accedido al poder pero por ser esposa y vice del líder muerto). Atrás habían quedado los discursos y el protocolo de su asunción. El 10 de Diciembre ya era historia. Reciente, pero historia al fin.

La noticia comenzó a circular en las redacciones poco antes del mediodía. Los periodistas se acercaron a la Av. del Libertador en poco más de 10 minutos. Ninguno pudo acercar a su medio algunos datos como para hacer una nota coherente. Había versiones encontradas, cuerpos embolsados que salían en camillas y ambulancias o patrulleros que no daban a basto para llevar a los heridos a los hospitales más cercanos. El Pirovano no pudo contener a todas las personas y varios centros de salud de Capital y Gran Buenos Aires se ofrecieron para aliviar tareas. Los periodistas no supieron que hacer. Se encontraron con un problema ético. ¿Debían seguir buscando información para llevar a sus editores o se ponían a ayudar a los que trasladaban heridos? Cada uno reaccionó como pudo.

El Gabinete en masa se reunió a la una del mediodía. A diferencia de su antecesor, ella iba a tener que manejar una situación que le quemaba las manos. No era lo mismo que le pasó a su marido. Él tuvo que resolver una tragedia sin implicaciones políticas. Cromañon era un lugar donde se hacían conciertos de rock. El desastre de Libertador había sido en un acto sindical. Y encima unos minutos antes el Negro había dicho que si no respetaban los derechos de los trabajadores ellos no dudarían en ponerse en la vereda de enfrente.

Definitivamente la Señora no sabía que hacer. Ella quería asumir, pero jamás pensó en una cosa así. “¿Cómo lo manejo?”, se preguntó minutos antes de reunirse con sus ministros. En la reunión nadie sabía que decir y menos que decisión tomar. Los pocos presentes cuentan que en ese momento la señora tenía la mirada perdida. Le preguntaban cosas y respondía con monosílabos. Los que más la conocen aseguran que en más de 15 años jamás la habían visto así. En un momento se levantó, miró a la ventana y murmuró algo.

Casi nadie la escucho, pero se sabe que esas paredes tienen oídos. Nunca se podrá saber si fue textual o no, pero para la historia quedó como una frase suya. Seguro a muchos le suena, aunque no todos sepan su origen. Esas paredes presidenciales afirman que mirando hacía la Plaza de Mayo ella dijo: “Y ahora que mierda hago?”

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